MASACRE DE LAS BANANERAS
Diciembre 6 de 1928
Sangre en la plantación
La muerte de un número indeterminado de manifestantes en Ciénaga por tropas oficiales, se convirtió en un hito de las luchas obreras y un mito para la historia y las letras colombianas.
Diciembre 6 de 1928
Sangre en la plantación
La muerte de un número indeterminado de manifestantes en Ciénaga por tropas oficiales, se convirtió en un hito de las luchas obreras y un mito para la historia y las letras colombianas.
Por Mauricio Archila Neira *
Hace unos años escribí que tal vez no existe un hecho en la historia del
país que sea tan doloroso y al mismo tiempo tan expuesto a los vaivenes de la
ficción como lo ocurrido en Ciénaga, Magdalena, entre el 5 y el 6 de diciembre
de 1928. Hoy agregaría que quizá ha sido el evento más disputado en términos de
la memoria colectiva, tanto que hoy sigue provocando pasiones en uno y otro
lado del espectro político colombiano.
No acaba de suceder la masacre (así se designa técnicamente a todo acto de
liquidación de más de cuatro personas en estado de indefensión) cuando ya se
levantaban interpretaciones antagónicas y era claro que no habría consenso
sobre lo que en efecto pasó en aquella aciaga madrugada. Antes de considerar
algunos de los argumentos esgrimidos, establezcamos los principales hechos,
hasta donde sea posible.
La empresa norteamericana United Fruit Company (UFC), creada en Boston en
1899, había llegado a la zona bananera del Magdalena a comienzos del siglo XX.
La mayoría de los trabajadores de sus plantaciones eran vinculados
indirectamente por medio de contratistas. Por ello nunca se pudo precisar su
número exacto, pero se habla de una cifra que oscilaba entre 10.000 y 30.000.
El 12 de noviembre de 1928 uno de los sindicatos que funcionaba en la región
lanzó la huelga para presionar la solución de un pliego de nueve puntos. No era
el primer conflicto laboral en la zona, pues desde 1918 se habían presentado
ceses de trabajo, pero fueron parciales o de sectores específicos como los
ferroviarios o portuarios dependientes de la multinacional.
El pliego de peticiones comenzaba con tres puntos que llamaban al
cumplimiento de leyes colombianas sobre el seguro colectivo y obligatorio para
los trabajadores, accidentes de trabajo y habitaciones higiénicas. Luego se
exigía aumento salarial del 50 por ciento, cesación de los comisariatos y de
préstamos por vales, pago semanal, contratación colectiva y establecimiento de
más hospitales. Aunque sólo se exigía amoldarse a la escasa legislación
laboral, la UFC se negó a negociar.
Muerte en Ciénaga
A instancias del general Carlos Cortés Vargas, trasladado a la zona como
jefe militar al otro día de iniciada la huelga, la gerencia local de la UFC
aceptó a medias los puntos de los vales y del pago semanal. El resto lo
consideró "ilegal" o imposible de conceder. En esas condiciones el
clima laboral se deterioró y los trabajadores realizaron mítines permanentes,
bloqueos de la vía ferroviaria y saboteos a las líneas telegráficas. Como el
conflicto no se resolvía decidieron concentrarse en Ciénaga, aunque dejaron
piquetes de huelguistas por toda la zona.
En la noche del 5 de diciembre corrió el rumor de que el gobernador iría a
entrevistarse con los trabajadores para buscar solución al paro, pero nunca
llegó. Por su parte el gobierno central expidió el Decreto Legislativo No. 1
que declaraba el estado de sitio en la zona por turbación del orden público y
designaba a Cortés Vargas jefe civil y militar de la misma. Éste, una vez
recibió el esperado decreto se posesionó a la carrera y expidió a las 11 y
media de la noche el decreto No. 1 que ordenaba disolver "toda reunión
mayor de tres individuos" y amenazaba con disparar "sobre la multitud
si fuera el caso". En consecuencia, a la 1 y media de la madrugada del 6
de diciembre formó a la tropa delante de los concentrados en Ciénaga. Luego de
leer los respectivos decretos y de conminar a la multitud a retirarse, dio un
plazo de cinco minutos que prolongó por uno más. Según Cortés Vargas "era
menester cumplir la ley, y se cumplió". La masacre que siguió después es
materia de disputa, así como lo que ocurrió en los días posteriores al hecho
que prácticamente terminó con la huelga.
En efecto, el general Carlos Cortés Vargas, militar de carrera e historiador
por afición, reconoció nueve muertos, ¡el mismo número de los puntos del pliego
de petición! Explicó su decisión con dos argumentos, muy caros al espíritu
militar: la preservación de la autoridad en una situación casi insurreccional y
la represión de la huelga para anticipar un desembarco norteamericano. El
primero fue, sin duda, el que más invocó tanto en una entrevista publicada
pocos días después de la masacre, como en el libro que editaría a mediados de
1929. El segundo, que tuvo cierto fundamento como veremos luego, surgiría meses
después como una disculpa de su decisión. Para el general, la huelga en la zona
bananera era un acto subversivo propiciado por agitadores comunistas y
anarquistas. En esto hacía eco del mismo pánico que sus superiores, el ministro
de Guerra, Ignacio Rengifo, y el presidente Miguel Abadía Méndez, tenían ante
cualquier protesta social. En esa dirección habían expedido el año anterior la
Ley Heroica.
La descripción que hace Cortés Vargas insiste en multitudes que recorrían
la zona arrasando con todo y amenazando las vidas de funcionarios colombianos y
norteamericanos. Él veía comunistas por todos lados, tanto que terminó
apresando al inspector del trabajo y al alcalde de Ciénaga por connivencia con
los huelguistas. Pero lo que más le preocupaba era la eventual
confraternización de las tropas costeñas con los trabajadores. Para salvar el
principio de autoridad decidió actuar brutalmente para suprimir la huelga, en
lo que fue respaldado por sus superiores.
Otras versiones
Por su parte, activistas sobrevivientes como Alberto Castrillón y Raúl E.
Mahecha hablaron de cientos de víctimas desarmadas. También ellos tenían sus
intereses en esta denuncia. Es sabido que el Partido Socialista Revolucionario,
en el que militaban los dirigentes de la huelga, se inclinaba por una táctica
insurreccional para acceder al poder. La huelga era un paso en esa dirección.
Pero por las descripciones que hicieron otros sobrevivientes, la gente desbordó
a sus líderes.
Algunos señalan que Mahecha, oliéndose lo que iba a suceder, intentó en
vano disolver la concentración en Ciénaga. Sin duda, hubo actos violentos por
parte de los huelguistas como el ocurrido el 6 de diciembre en la vecina
Sevilla que dejó un militar muerto y otros tantos civiles. Incluso parece que a
lo largo del conflicto algunos de los huelguistas estuvieron armados de
machetes y viejas escopetas. Pero en la noche de la masacre en Ciénaga las
balas no salieron de la multitud, como lo reconoció el mismo Cortés Vargas. En
forma diciente El Espectador el 12 de diciembre publicó una larga entrevista
con el general bajo el título: 'La primera descarga se hizo sobre una multitud
obrera inerme y pacífica'.
A su vez, el joven político Jorge E. Gaitán eludió dar cifras precisas en
la denuncia que presentó ante el Congreso meses después, pero acusó a los
militares de hacer una acción premeditada en estado de embriaguez. Igualmente
recogió el rumor que circulaba en la región de trenes cargados de muertos que
fueron arrojados al mar. Gaitán también tenía intereses políticos, pero sus
denuncias, exageradas en algunos puntos, no se pueden reducir a una simple
oposición al gobierno, como perceptivamente le señaló el embajador
norteamericano Jefferson Caffery. El punto de vista de este diplomático es también
esclarecedor de las distintas versiones de los hechos. Apoyándose en fuentes de
la compañía bananera, el embajador reportó primero 100 muertos, luego habló de
una suma que oscilaba entre 500 y 600 y en un informe al Departamento de Estado
de mediados de diciembre dijo que sobrepasaban los ´1.000. Queda la duda de si
en efecto hubo tropas extranjeras cerca de Colombia -como ocurrió en Panamá en
1903-, y no se sabe hasta dónde hubieran llegado los estadounidenses en la
defensa de sus 'intereses'.
En todos estos relatos la realidad ha sido moldeada por cada protagonista
atendiendo a sus motivaciones. Es una forma de ficción, distinta, eso sí, de la
literaria. No es lo mismo hablar de "masacre" que de
"sucesos" de las bananeras, como asépticamente los designó Cortés
Vargas. Pero los intereses políticos no han desaparecido con el paso de los
años. Aún hay quienes quieren dejar estos eventos en el cajón del olvido. La
masacre de las bananeras no era parte de la llamada 'historia oficial' que nos
enseñaron a muchas generaciones de colombianos y que hoy, por fortuna, está
cuestionada.
De no ser por el poder de la imaginación traducido en las caricaturas de
Rendón, las denuncias de Gaitán, la escultura de Arenas Betancourt, las novelas
de Alvaro Cepeda y de Gabo, los abundantes recuentos de los historiadores y,
sobre todo, el recuerdo de los sobrevivientes, pudo pasar lo que ha ocurrido
con otros hechos luctuosos de la historia reciente del país que se hunden en el
manto del olvido y la impunidad. Para encarar cualquier proceso de paz en el
país no se puede suprimir la memoria colectiva, comenzando por la masacre que
se cometió el 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga contra una "multitud
inerme y pacífica". Esta memoria tiene algo de ficción, como todo relato
histórico, pero no por ello es falsa.
* Ph.D. en historia y profesor titular la Universidad Nacional de Colombia
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